lunes, 4 de marzo de 2013

AGUAS ESTANCADAS

El agua quieta se pudre. Esa es una máxima de amplio conocimiento basada en una verdad observable. Cuando el agua deja de fluir, la tendencia es a que se echa a perder.

De idéntica forma, ocurre en nuestras vidas. Nuestro devenir vital se va ralentizando, vamos dejando de fluir, de movernos y todo lo que es vida, va perdiendo sentido. Esto, por supuesto, ocurre de diferentes maneras y en diferentes grados según la persona o  según el momento de vida que estemos atravesando.

La vida cotidiana, la sociedad, el mundo, nos van invitando de manera constante a la quietud y el estancamiento. Somos invitados a la rigidez y aceptamos gustosos la invitación con demasiada frecuencia. Nos entregamos a la rutina y a la monotonía, creyendo que de eso se trata la vida, que no hay remedio, que con tener que comer y dónde dormir ya deberíamos estar agradecidos. Peor aún, nos convertimos en consumidores compulsivos, creyendo que ejercemos libertad. No nos damos cuenta de las cadenas que cargamos y que nos mantienen atados al suelo. Como dice Erich Fromm: “Las relaciones humanas son esencialmente las de autómatas enajenados, en las que cada uno basa su integridad en mantenerse cerca del rebaño y en no diferir en el pensamiento, el sentimiento o la acción.”

Y eso ya va oliendo a podrido. Huele a podrido una vida que dejó de aspirar a conocer, a crecer, a descubrir. Huele a podrido el desgano vital, la resignación existencial. Huele a podrido la compulsión a tener por tener. Huele a podrido creer que ya sabemos todo lo que hay que saber. Huele a podrido cuando perdimos la capacidad de vincularnos, de tocar.

Y así, poco a poco, se nos van apagando los ojos y el alma. Resignamos lo que nos es dado a todos de niños: la curiosidad, la espontaneidad, el estar alerta, descubrir desde la experiencia. Nos volvemos impermeables al mundo. Vivimos porque si, por el hecho de respirar. Como si vivir fuera una carga y no una elección.

Pensemos en un río. El río fluye más rápido o más lento, lleva mayor o menor caudal. Se encuentra con rocas, las trasciende y las transforma. El río se adapta a las condiciones del terreno y continua de manera inexorable su camino hacia el mar.

Nosotros somos ese río. Ese es nuestro regalo divino. Venimos con la capacidad de fluir por la fuerza de la vida. No hay que hacer nada. Tendemos hacia la evolución. Sólo habitar el mundo y nuestro ser, nos pone en cauce, nos lleva hacia la trascendencia. Sin embargo, poco a poco, por acción de la sociedad en un principio y luego de nosotros mismos en la adultez, vamos represando ese río, bloqueando e impidiendo su fluir hasta que, por más fuerza que tenga ese río, va quedando represado y muerto.

Por esto, pienso que el camino de desarrollo no consiste en cambiar o mejorar nada de lo que somos. Ya tenemos la divinidad manifiesta en nuestro fluir. La única tarea es destrabar. Con paciencia de santo y fuerza de hormiga, ir quitando una a una esas trabas y esos bloqueos que se han ido instaurando en nuestra vida. Sólo eso, hace que el agua muerta empiece a mover de nuevo y es ahí que opera el milagro. Lo que se creía muerto, era vida pura en potencia que al darle un poco de permiso y espacio, se manifiesta en su grandeza y podemos ser esos seres transformadores y libres que siempre hemos estado destinados a ser.

2 comentarios:

  1. Muy buenas Nicolás:

    Coincido contigo en todo lo expuesto hasta llegar a este punto:

    Por esto, pienso que el camino de desarrollo no consiste en cambiar o mejorar nada de lo que somos.

    Me explico, coincido contigo en que el potencial de cambio está en nosotros, y en que dándonos espacios y permiso para trabajar nuestros bloqueos (partiendo de un sano darse cuenta, ya movilizador del cambio) destapamos nuestra naturaleza transformadora. Sin embargo, desde el momento en que algo evoluciona, partiendo de dónde estaba (por ejemplo una persona), el cambio de lo que era ya está dándose. Es decir como la máxima de “lo único estable es el cambio”, o de “no empujes el río que fluye solo” (con paciencia y trabajo de hormiguita como dices, el ser ya fluye…y deja lugar a lo nuevo, que posiblemente ya estaba en nosotros como potencial, Pero no estaba en la realidad. Eso es un cambio de lo que éramos, de dónde partimos como persona . Ese potencial sin actualizar estuva en nosotros, en nuestra esencia, aunque fue la persona quién elegío y decidió hacerlo así, llevarlo a cabo, cambiarse a sí misma. Entonces llega a una evolución personal: que no se trata de una versión mejorada de uno mismo, sino diferente (pero por ello mismo cambiada) al permitirse explorar aspectos desconocidos de uno mismo, ampliando sus opciones, sus posibilidades, a las nuevas visiones, formas de sentirse consigo y con los otros, de pensar o de hacer, que ha ido descubriendo y experimentando el cliente con su trabajo terapéutico.

    Me ha gustado tu artículo. Gracias por permitirte aportarte esta visión o matiz de cómo yo siento el trabajo terapéutico. .

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  2. Muchas gracias por tu comentario. De hecho, estoy 100% de acuerdo con lo que planteas en él. El cambio es una elección de vida. El matiz está quizá en que yo creo que la elección primordial es la conciencia y es anterior al cambio. De alguna manera (o de todas) cuando elegimos conciencia, elegimos movimiento y desarrollo. Sólo que yo creo que este se da como valor agregado necesario. Saludos!

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