miércoles, 21 de octubre de 2015

AQUí ESTOY

Y aquí estoy.

Estoy como puedo estar. Estoy como me atrevo.

Estoy a los tropezones. Mirando para otro lado. No haciéndome cargo.

Estoy rompiendo promesas y propósitos. Inventándome excusas.

Estoy en confusión y miedo. Adormeciendo mi angustia en Netflix.

Ausentándome del presente. Manipulando en secreto.

Jugando al inteligente. Creyéndome iluminado.

Con sangre en las rodillas, cansado de mi cansancio.

Aquí estoy tomando atajos que me distancian de mi.

Aquí estoy poniendo en el trono de mi mundo interior al ego y su ejército.

Jugando al adolescente. Sobrepensando mi vida. Agrandando a todo el mundo. Diciendo no cuando es sí. Diciendo sí cuando es no.

Apoyado en mil bastones. Desconociendo mis piernas.

Aquí estoy con miedo del amor y sus sombras.

Aquí estoy vulnerable y triste. Jugando a que no se note.

Aquí estoy, en fin, tratando de aceptar que de ésto también se trata este complejo infinito que llamo YO.

Este también soy.


Aquí estoy.

EL ESPEJO DE LA VIOLENCIA

Lo que pasó en Charlie Hebdo ha movido muchas fibras en mi mundo interior. Un evento de esa magnitud me ha hecho plantearme muchas preguntas. Por supuesto, la primera reacción fue rabia e indignación. ¿Cómo es posible que pase algo así en este mundo? ¿Cómo es posible que una creencia religiosa pueda servir para algunos de justificación para matar y asesinar? ¿Para intentar matar las ideas y las opiniones?

Lo siguiente que me pasó es que empecé a leer opiniones en columnas de periódicos y de mis amigos y conocidos en Facebook. Con algunas tuve un acuerdo mayor que con otras, algunas las compartí, algunas las comenté. En general leí un tono de indignación y crítica similar a mi primera reacción.

Luego me pasó que empecé a preguntarme que me movía tanto. Y entonces recordé aquella expresión que dice que sólo nos duele aquello que toca nuestras heridas. Y entonces me di cuenta que tocaba temas profundos de mi propia humanidad.

Y es que es muy fácil llegar a la conclusión de que quienes hicieron esto son “monstruos”. Es sencillo arrancar de ellos todo trazo de humanidad y justificar desde ahí que hayan hecho lo que hicieron. Y por supuesto, si son monstruos, nada tienen que ver conmigo. Y si me indigno es porque creo que lo que hicieron está “mal”.

Pero, ¿Y qué pasa si entendemos lo que hicieron como un acto humano? ¿Qué pasa si identificamos en nosotros principios similares a los que llevaron a estas personas a hacer lo que hicieron? ¿Qué pasa si podemos identificar en nosotros (a menor escala) actitudes y acciones parecidas a esas?

Si aceptamos esas premisas quizá podemos reconocer nuestras propias ortodoxias. Todas aquellas veces que creemos que estamos bien y el otro mal. Todas aquellas situaciones en las que nos apresuramos a juzgar y calificar. Todas las veces que creemos llevar las banderas de la verdad y la justicia. Todas las veces que calificamos al otro como menos que humano y nos atrevemos a condenarlo a muerte o a sufrimiento pues “se lo merece”.

Cada que hacemos eso, nos hacemos parte del problema. Creamos pequeños radicalismos y aumentamos la polarización. Calificamos al diferente con mil adjetivos sentados en el trono de la superioridad moral. Sembramos en nuestra vida pequeñas semillas de violencia y división.


Lo que pasó en París muestra en espejo nuestro aspecto más radical y violento. Muestra nuestra sombra, nuestro lado más oscuro. Quizá por eso nos duele tanto. Sé que a mi me duele mucho.


Al mismo tiempo, confío plenamente en que si reconocemos en nosotros lo que nos mueve y hacemos conciencia de aquello que nos identifica, tendremos una gran oportunidad como individuos y sociedad, de aterrizar en un momento de nuestra historia en el que este tipo de situaciones dejen de ser nuestro pan de cada día. Si nos quedamos en el “eso no tiene nada que ver conmigo” me temo que habremos perdido esa oportunidad.




miércoles, 17 de diciembre de 2014

POR ESO ESTAMOS COMO ESTAMOS

“Por eso estamos como estamos”. ¿Cuántas veces hemos oído o usado esa expresión?. Seguramente, muchas. Se convirtió en costumbre social registrar algo con connotación negativa y atribuirle a eso la razón causal de todo lo “malo” que ocurre en nuestra sociedad.

Todos los días, cuando hago mi paso habitual con el muro de Facebook, encuentro expresiones de ese tipo. La dinámica es casi siempre la misma: Una noticia negativa compartida de algún  medio y abajo el comentario que palabras más palabras menos tiene ese contenido.

Por supuesto, el uso de esa expresión depende mucho de las creencia personales e quien a usa. Si es un ecologista, pondrá una noticia de la minería. Si es una feminista, criticará a las mujeres que se operan. Si es de izquierda criticará los actos de derecha y viceversa.

Cada quien encuentra entonces en aquello que le parece reprobable desde su sistema de creencias, el punto focal de TODO lo que está mal con el mundo.

Por supuesto que todos tenemos derecho a tener opiniones o visiones. Y por supuesto que tenemos derecho a expresarlas. El problema inicia cuando confundimos una visión personal con una verdad absoluta. Cuando creemos que realmente sabemos lo que está mal con el mundo. La pregunta es: ¿Sabemos?

Desde mi visión, el mundo y su funcionamiento está regido por complejidades enormes. Tales son las complejidades y de tal magnitud, que la pretensión de entenderlas todas parece tarea imposible. Los seres humanos hemos dado pasos importantes en la comprensión del funcionamiento de los que nos rodea, pero nos falta mucho aún por conocer y entender. Todos los días tenemos nuevos descubrimientos, muchos de los cuales desvirtúan conocimientos anteriores. Podríamos concluirr, como Sócrates, que es tan poco lo que sabemos frente a lo que puede ser sabido, que no sabemos nada.

Sin embargo, pretendemos saber con mucha frecuencia. Soltamos al aire a diestra y siniestra verdades absolutas que lo único que revelan con mayor certeza, es nuestra profunda ignorancia. Hacemos caso omiso al principio de incertidumbre. Lanzamos juicios con la ligereza con la que comemos un helado (aunque habrá para quien comer un helado es un acto trascendente).

Nos convertimos en anti taurinos, animalistas, feministas, ecologistas. Defendemos unos derechos de los que nos creemos representantes. Tratamos de imponer nuestros propios códigos morales y nos creemos abanderados de la verdad y la justicia.

Desde ahí, señalamos a otros con total impunidad y sin ningún tipo de vergüenza. Nos hacemos jueces aunque nunca dejaremos de ser parte. No tenemos ninguna visión perspectiva y creemos tenerla toda. Somos ciegos y nos creemos videntes. Nos encerramos en nuestras propias ortodoxias y construimos los barrotes de nuestras propias cárceles.

Preferimos categorizar lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, lo aceptable e inaceptable, que compartir nuestra experiencia personal dejando la libertad al otros de que tome lo que le sirva. Somos únicos e irrepetibles y por alguna razón creemos en máximas que son aplicables a todos.

Para mi, ha sido un gran descubrimiento vivir una vida con una creciente ausencia de juicios. Mirar compasivamente al otro desde su realidad y su contexto me ha regalado libertad. No creer que sé más y mejor de nada, me ha dado la posibilidad de aprender. No creer que hay verdades absolutas me ha ayudado a criar a mis hijas motivando su libertad y autonomía. No creer que hay cosas fijas me ha ayudado a reinventarme muchas veces.

Por eso, cada vez me alejo más de los “ismos” y de las verdades reveladas. Y me acerco cada vez más a lo que decía la poeta americana Gertrude Stein: “Una rosa es una rosa es una rosa”.

Por supuesto, esto, es sólo mi verdad.