miércoles, 31 de julio de 2013

LA DISCIPLINA DE LA INFELICIDAD

Ser infeliz y miserable es un trabajo arduo. No nos engañemos. Es una labor que requiere de esfuerzo y dedicación. Como cualquier otra tarea en la vida, es necesario entregarse y comprometerse para llevarla a cabo con resultados satisfactorios.


Entonces, ¿Por qué parece que lo trabajoso fuera exclusivamente ser feliz? ¿Por qué tenemos la sensación de que si no hacemos nada somos infelices y si queremos ser felices tenemos que hacer un esfuerzo titánico y casi utópico?


Yo creo que la ecuación es más bien la inversa. La infelicidad requiere trabajo, la felicidad fluidez. Debemos esforzarnos para ser infelices; para ser felices, poco más que entregarnos a la nada.


Cuando atiendo a las parejas en consulta, uno de los elementos que les generan mayor impacto, es descubrir cuánto hacen de esfuerzo en pro del desencuentro. Claramente, llegan por lo general en una crisis que amenaza la existencia misma de la relación y casi sin excepción, usan la terapia como último recurso desesperado de encontrarse y vincularse. Yo entonces , por lo general, les invito a revisar como ha sido la disciplina del desencuentro. Me miran perplejos, no entendiendo a qué me refiero. Creen que el desencuentro y la crisis están relacionados más con lo que NO hacen.


La vida, como yo lo veo, es una seguidilla de elecciones. Momento tras momento, minuto tras minuto, hacemos elecciones que definen cómo sigue nuestra vida. Con cada elección, hacemos al mismo tiempo una renuncia. Con cada renuncia se van infinitas posibilidades de lo que pudo ser.


Y así, elegimos el desencuentro y la infelicidad. Una y otra vez. Como si fuéramos al gimnasio, entrenamos con múltiples elecciones diarias cómo evitar el contacto con nosotros mismos y otros, cómo sabotearnos, cómo repetirnos, cómo estancarnos. Como quien entrena para una maratón, hacemos infinitas repeticiones. Reaccionamos igual a las mismas situaciones. Una y otra vez dejamos de dar el abrazo que necesitamos, dejamos de pedir la escucha que nos libera, dejamos de sonreír y elegimos amargarnos.


Nos gusta vendernos que somos víctimas de un entorno que nos limita. No hay mentira más grande. Lo de afuera es lo de afuera y el  mundo pone sus paredes de concreto y sus bordes filosos. Pero nosotros elegimos una y otra vez qué hacemos con eso. Generalmente elegimos pegarnos contra ese muro. Y otra vez. Y otra vez.


La mujer elige reaccionar con indignación a la ausencia del marido. El marido elige ausentarse y perderse en su trabajo. Ambos eligen venderse que deben seguir juntos por los hijos. La madre que no pide apoyo, el hombre que renuncia a querer. El trabajador que se queda haciendo lo que no le gusta, el millonario que es preso de su capital y de su ambición. Todas elecciones. De todas somos responsables.


Tomamos millones de microelecciones casi siempre en pro del desencuentro, casi siempre en pro de la infelicidad. Como quien va al gimnasio terminamos agotados. El desgaste es inconmensurable. No vale la pena.


¿Y para ser felices que? ¿Cuál es el trabajo? tenemos esa creencia cultural de que todo cuesta compromiso y esfuerzo. En el caso de ser feliz es justamente lo contrario. La felicidad y el bienestar residen en el presente. Cuando podemos estar aquí y ahora, la plenitud de la existencia nos aterriza en toda su magnitud. Cuando soltamos y nos dejamos estar hasta la tristeza es una experiencia plena. El trabajo es quizá, dejar de esforzarnos, dejar de pelearnos con lo que somos. Soltar las aprehensiones, los terrores de futuro. Abandonar el control. Confiar.

Soy un convencido de que menos es más. Creo que hacemos un excelente y esforzado trabajo en ser infelices. Seguimos el cronograma que nos plantearon de niños con perfección y obediencia. Nos dejamos en ello la vida. Creo, así mismo, que cuando soltamos, dejamos ir nuestras pretensiones de grandeza,  nuestros anhelos de éxito, no tenemos más remedio que Ser. Y ahí, la felicidad asoma su cabeza y nos sonríe.

1 comentario: