viernes, 1 de noviembre de 2013

AMOR Y SANACIÓN

There is no remedy for love but to love more. 
- Henry David Thoreau

La cita con la que inicio este entrada, traduce algo así como “No hay más remedio para el amor que amar más.” Escucharla de boca de un paciente, me inspiró a escribir sobre esto. Si bien la frase en sí misma es explicativa y ampliar sobre ella es casi redundante, me permito poner en estas líneas lo que en mi genera de reflexión y movimiento interno.

Centrémonos en la palabra REMEDIO. Remedio es todo aquello que está destinado a sanar una herida. ¿Y habrá un generador de heridas mayor que el amor? 

Todo acto de amor es un riesgo inconmensurable. No hay amor posible sin apertura de corazón y coraza. Y no hay apertura sin riesgo de ser lastimado. Esto es tan lugar común que millones de personas renuncian al amor por miedo al dolor. No se puede renunciar a lo uno, sin renunciar a lo otro.

Sin embargo, millones nos arriesgamos a amar, asumimos el riesgo y muchas veces perdemos y, aunque es verdad que ganamos en experiencia y sabiduría, nos quedan heridas que sanar. Dependiendo de nuestras herramientas internas (y externas) podemos sanar esa herida más rápido o despacio. 

Volvamos entonces al remedio. Cuando éramos niños y nos hacíamos un corte en la rodilla por una caída de la bicicleta, nuestra madre lo atendía limpiándolo, desinfectándolo, y cuidándolo en su recuperación. Con las heridas de amor pasa algo parecido, a un nivel de complejidad mayor. Atender la herida frecuentemente implica hacer conciencia de ella, darnos cuenta que nos duele y tomar medidas al respecto. Sean estás con el otro (diálogo, expresión del dolor, reparación emocional) o con nosotros mismos (aceptación, asumir responsabilidades propias, perdón interior).

Ahora, preguntémonos por un momento: ¿qué sanaba más nuestra rodilla, el agua y la venda o el amor de nuestra madre?

Para intentar contestarla y a riesgo de ser aburrido, me remito a una experiencia personal. Hace unos meses, me caí con una botella de vidrio en la mano y me corte en la base del dedo índice de la mano izquierda. Me suturaron con doce puntos en total y desde que lo hicieron me advirtieron que había un gran riesgo de que la piel no se recuperara y me tuvieran que hacer un injerto. Mi atención tenía que estar puesta en si la piel que se había levantado se iba poniendo rosada (lo bueno) o si se iba poniendo negra (el desastre).

Me recomendaron a un cirujano plástico de renombre que me miró, examinó y diagnosticó. Su pronóstico fue catastrófico: lo más probable es que me tendrían que hacer el injerto. Si bien la piel tenía algo de rosado, también tenía mucho de negra. Este doctor tenía una característica: era prepotente, catastrofista y en la media hora que estuve con el prácticamente no me miró a los ojos.

Inconforme con esta atención y con pocas ganas de someterme a un injerto,  a los dos días me fui a otro cirujano. Le conté lo que me había pasado  con el anterior y procedió a examinarme. Palabras más, palabras menos me dijo que eso era un simple corte, que me pusiera una crema y que no le pusiera tanta atención a los médicos y sus pronósticos catastróficos. Este médico tenía una característica: era amable, cálido y desde el primer momento hasta el último me miró a los ojos. A partir de ese día, la herida empezó a recuperarse a pasos acelerados y hoy no es más que una sombra de lo que fue.

Si bien el doctor lejos está de ser una madre amorosa y para mi era un perfecto desconocido, su mirada y calidez fueron un acto de amor definitivo en mi recuperación. Los cuidados médicos fueron sin duda importantes pero el trato fue fundamental.

Así, creo que sí bien las heridas de amor necesitan atención y cuidados, estoy convencido que a nivel más profundo, requieren ser tratadas con más amor. Para una pareja en problemas, no se trata de dedicarse a sanar las heridas y esperar a que eso pueda incidir que alguna vez puedan volver a ejercer el amor como antes. Se trata de sanar las heridas y COMO NUNCA ANTES ejercer el amor como sanación esencial. En otras palabras, no es hacer terapia de parejas para ver si podemos volver a salir a bailar. Es hacer terapia de parejas Y al mismo tiempo salir a bailar más que nunca.


El amor es eros, es fuerza creadora y sanadora. Es el mejor remedio y es consecuencia de la sanación. El amor es medio y el amor es fin.

martes, 8 de octubre de 2013

EL PODER DE REPARAR

Pareciera que el objetivo de todo proceso de desarrollo fuera el cambio, la trascendencia, irnos convirtiendo pocos a poco en seres “a prueba de errores”.

¿No es esa la búsqueda primordial de todos? ¿Caernos menos, tropezar menos, ser menos víctimas de los bordes filosos del mundo?

Día a día en terapia, llegan personas que han cometido errores y equivocaciones en sus vidas. Llegan generalmente en un gran autocastigo, dándose latigazos sin piedad, preguntándose una y otra vez por qué lo hicieron. Hirieron a su ser querido, decepcionaron a sus padres, fueron violentos con sus hijos.

Y claro, buscan cambiar todo eso que los llevó a equivocarse, con la creencia de que ya no volverá a pasar como diciendo: “si soy otro, nada de lo negativo que tengo volverá a salir”.

Y es verdad. Claro que es posible modificar lo que somos. Si nos comprometemos en un proceso de mirada interior, seguramente hallaremos muchas oportunidades de encontrar aquello que nos empuja a caernos en el mismo hueco una y otra vez. Podremos mirar nuestro espejo interior y reconocer nuestros miedos, culpas, rabias que nos hacen muchas veces actuar sobre el mundo de manera errática. Sin embargo esto, me temo, toma tiempo.

Cuando los pacientes se dan cuenta de esto, algunos lo asumen y lo enfrentan, muchos, desertan al constatar de que no hay soluciones mágicas para ellos. Han pasado una vida entera entrenando su neurosis y esperan que la varita del hechicero terapéutico los toque y los transforme de sapos a princesas y príncipes.

Para los que se quedan queda la siguiente pregunta: ¿Y mientras tanto? ¿Qué pasa con esa compulsión de dañar y tropezarnos?

Cuando éramos niños, nos caíamos y raspábamos con frecuencia. ¿Qué hacían nuestra madres? Nos echaban agua oxigenada, nos limpiaban la herida, nos consentían mientras llorábamos y poco a poco la herida se iba sanando. Es decir, reparábamos el daño.

Desde mi punto de vista, es ese el "mientras tanto". Es decir, mientras somos seres capaces de tener niveles de conciencia suficientes para generar cambios y movimientos trascendentales en nuestras vidas, tenemos como única opción el "reparar".

¿Y qué significa reparar? Fundamentalmente, es darnos cuenta del daño que hicimos a otros y a nosotros mismos y tomar acciones que lleven  que esa "herida" sea atendida y cuidada. Es decir "lo siento", aceptar nuestros errores, acompañar al otro en la resolución de su dolor. etc.

Así, cuando le pregunto a mis pacientes: ¿Y ya reparaste? me suelen mirar perplejos y confundidos. No saben aqué me refiero. Están tan preocupados de ser otros, que se olvidan de que la reparación es muy poderosa, y que de alguna manera, ejerciéndola, ya son otros. Pasan del autocastigo a la reparación, pasan de preocuparse, a ocuparse. Pasan de ser víctimas de su neurosis, a ser dueños de su vida.

Reparar no es simplemente pedir disculpas. Reparar es poner alma, corazón y conciencia en la sanción de nosotros mismos y de nuestro vínculo con el mundo.

martes, 20 de agosto de 2013

EL AMOR Y EL APEGO




Desde que soy terapeuta, trabajo con parejas. Por razones que escapan a mi entendimiento, he sido buscado por parejas en crisis para ser el acompañante de sus procesos de encuentro. Ha sido un privilegio poder asistir en primera fila una interacción, que en terapia individual, sólo se relata. Aparecen claramente ante mis ojos las trampas, saboteos y vicios comunicativos. Aparece con claridad lo que marca el desencuentro.


Hace algún tiempo, escuché con atención la letra de una canción que llevo años cantando de memoria. La canción es de Juanes y dice: “...porque nada valgo, porque nada tengo, si no tengo lo mejor: tu amor y compañía en mi corazón.” Esta canción se titula “Nada valgo sin tu amor” y para mi representa de manera sintética lo que en general es disfuncional en las parejas en nuestra sociedad.


Quiero dejar claro que no estoy criticando ni a esta ni a ninguna canción de amor. Creo que en el contexto del arte y la poesía, maravillosas palabras han sido dichas y no tengo la pretensión de ser crítico del arte de otros. Simplemente pretendo ilustrar, desde una perspectiva existencial, como literalizamos este tipo de ideas y, es ese camino,  nos perdemos de nosotros mismos.


Y es que eso creemos: que nada valemos sin el otro, que el otro es nuestra media naranja, que es el aire que respiramos y los ojos a través de los cuales vemos. Nos elegimos con otros desde sentirnos carentes, despojados de toda sensación de completud. Vamos por el mundo buscando complemento y “amor” como zombis que buscan cerebros. Y cuando lo conseguimos, nos aferramos a esto cual si fuera el último salvavidas del Titanic. La tabla de salvación de una vida insulsa.

Esto, señores, es lo que cualquier psicólogo o revista de variedades llama “apego”. El amor, desde mi forma de ver, es otra cosa. El amor es elección, no necesidad. El amor se vive en libertad, no en cadenas. El amor es completud y suficiencia, no carencia y desesperación. El amor implica renuncia en pro de algo más grande, no abandono de mi mismo.  El amor significa caminar en paralelo, no fusionarse. El amor existe en la medida en que el otro me potencia, no me reduce a una patética versión de mi mismo.

Y entonces, ¿qué hace que a lo mismo que llamamos apego, llamemos amor? ¿qué hace que estas dos cosas tan diferentes las llamemos igual?

Claramente somos productos de familias que, en gran medida, nos crían desde la carencia. Carencias que ellos mismos traen de sus familias y que esa cadena se remontan al inicio de la humanidad. Somos una humanidad carencial, siempre hambrienta de calmar su hambre de vínculo y afecto. Somos seres humanos con grandes dificultades para reconocernos como somos. Le tenemos fobia al espejo.

De ahí, buscamos todo lo que creemos que nos falta afuera. Lo buscamos en la pareja. Pero no solo en la pareja lo hacemos en la comida, en la bebida, en las drogas, en el juego, etc. Desde nuestro vacío existencial actuamos compulsivamente rebotando entre abundancia y escasez. Nunca la humanidad había sido tan abundante y nunca tan escasa.

Y así llegan las parejas, en crisis de auto apoyo, con dos miembros cuyas vidas personales también están en crisis profunda. Con un deseo de sanarse y con una tarea titánica por delante.

El trabajo de las parejas es encontrar, si lo hay, el amor que algún día generó el encuentro y reconstruirse desde ahí. Es un trabajo que exige mucha conciencia y dedicación. Mucha disciplina. Muchas lo logran. En muchos casos, sin embargo, el trabajo es soltar y aceptar el desencuentro.

Volviendo a las canciones, hace poco escuché una de Santiago Cruz que me contactó con mi visión del amor:

No es dependencia loca no es irracional 
no es que se acabe el mundo porque tu no estas, 
es darse el uno al otro en forma natural, 
es una doble vía, es dar y recibir, 
si alguna vez me faltas yo podría seguir, 
pero es mi decisión 
quedarme junto a ti.

Todo está dicho.

viernes, 9 de agosto de 2013

CONCIENCIA Y SOSTENIBILIDAD


Cuando hablamos de Sostenibilidad, palabra de tanto uso hoy en día, generalmente lo hacemos desde el contexto de los movimientos que a nivel de ecología debemos hacer para asegurarnos de que el planeta siga siendo un lugar viable para vivir. 


Desde mi punto de vista, es indudable que como especie, debemos tomar acciones en cuanto a la huella de destrucción que estamos dejando en el planeta. De otra manera, nuestra subsistencia está seriamente amenazada.

De ahí surge otra expresión también muy usada en nuestro medio y es la de “conciencia ecológica”. Esto se refiere, fundamentalmente, a que tengamos una mirada más cuidadosa de el uso de nuestros recursos desde el impacto que este uso, o mal uso, puede tener en el planeta.

No soy ecologista y no es de esa conciencia que quiero hablar. No quiero hablar de la conciencia como un manual de conductas “apropiadas” necesarias para un planeta más limpio. Quiero hacer una lectura desde la conciencia individual, para mi, fundamental en asegurar, desde lo micro, la sostenibilidad de nuestras vidas y desde lo macro, la sostenibilidad de todo lo que nos rodea. Si, incluido el planeta.

Creo que como humanidad cometemos un error fundamental. Creemos que los cambios tienen que ser generados exclusivamente por movimientos a gran escala, generalmente con un trasfondo moral de lo bueno y lo malo, de lo adecuado y lo inadecuado.

Entonces aparecen personajes como Al Gore, que desde su jet privado viaja por el mundo gritando a los cuatro vientos el desastre que se avecina y lo que tenemos que hacer para evitarlo. Desde el miedo, como siempre, manipula a sus espectadores y genera movimientos que, desde mi punto de vista, sólo cubren el problema y lo cambia por otros problemas. Soluciones que a largo plazo, no son sostenibles. Cada época tiene su Al Gore.

Si bien creo que los movimientos Macro, son necesario e importantes, para que funcionen deben estar atados a movimientos de conciencia que surgen desde lo micro, desde el individuo. 

¿Cuál es la base de la crisis ecológica? El consumismo, exacerbado. ¿Y cuál es la base del consumismo? Nuestra gran cantidad de vacíos existenciales, que como individuos, buscamos llenar de todas las formas posibles. Así, engañamos la angustia que nos produce vivir, con un objeto más, con un sabor más, con una experiencia más.

Partiendo de este principio, ¿qué nos hace pensar que la solución puede pasar exclusivamente por reciclar más o menos, apagar las luces o comer productos orgánicos? ¿cuándo nos convencimos de que es siguiendo el “manual del correcto ecologista” que vamos a garantizar nuestra subsistencia? Esto, si acaso, serán pañitos de agua tibia que en el mejor de los casos, sustituirán los problemas actuales por otros de diferente forma e idéntico contenido. Cómo en el caso de una persona que se va de su país en la esperanza de que dejando todo atrás encuentre felicidad y lo único que encuentra es la misma infelicidad en otro idioma.

Para mi, como siempre, el camino es el de la conciencia. Y esto no lo tocan ni los políticos, ni los ecologistas. Nadie habla de eso pues, en general, pocos han sido en su propia vida capaces de dar el salto hacia la mirada interior. Prefieren pasar el tiempo llenando formatos y haciendo lobby que mirando qué están haciendo y desde dónde. Cuáles son sus vacíos, que temas pendientes tienen, si viven una vida plena, auténtica y coherente.

Somos una especie experta en las soluciones "desde afuera". Arreglar sin que nos toque. Mejorar sin que nos implique. Y desde ahí nos equivocamos una y otra vez. Cuando cada quien es responsable de lo suyo, no usa más de lo que necesita usar, no compra más de lo que necesita comprar. No busca sustitutos para su angustia profunda. 

Creo en un mundo que tiene de sobra para todos. Creo que los recursos abundan y están ahí disponibles. Quizá cuándo podamos hacernos cargo de nuestras carencias esenciales y nos enfrentemos con nuestro propio espejo, tendremos la oportunidad de aprovechar todos eso que el mundo tiene para ofrecer, viviendo una vida sostenible.

miércoles, 31 de julio de 2013

LA DISCIPLINA DE LA INFELICIDAD

Ser infeliz y miserable es un trabajo arduo. No nos engañemos. Es una labor que requiere de esfuerzo y dedicación. Como cualquier otra tarea en la vida, es necesario entregarse y comprometerse para llevarla a cabo con resultados satisfactorios.


Entonces, ¿Por qué parece que lo trabajoso fuera exclusivamente ser feliz? ¿Por qué tenemos la sensación de que si no hacemos nada somos infelices y si queremos ser felices tenemos que hacer un esfuerzo titánico y casi utópico?


Yo creo que la ecuación es más bien la inversa. La infelicidad requiere trabajo, la felicidad fluidez. Debemos esforzarnos para ser infelices; para ser felices, poco más que entregarnos a la nada.


Cuando atiendo a las parejas en consulta, uno de los elementos que les generan mayor impacto, es descubrir cuánto hacen de esfuerzo en pro del desencuentro. Claramente, llegan por lo general en una crisis que amenaza la existencia misma de la relación y casi sin excepción, usan la terapia como último recurso desesperado de encontrarse y vincularse. Yo entonces , por lo general, les invito a revisar como ha sido la disciplina del desencuentro. Me miran perplejos, no entendiendo a qué me refiero. Creen que el desencuentro y la crisis están relacionados más con lo que NO hacen.


La vida, como yo lo veo, es una seguidilla de elecciones. Momento tras momento, minuto tras minuto, hacemos elecciones que definen cómo sigue nuestra vida. Con cada elección, hacemos al mismo tiempo una renuncia. Con cada renuncia se van infinitas posibilidades de lo que pudo ser.


Y así, elegimos el desencuentro y la infelicidad. Una y otra vez. Como si fuéramos al gimnasio, entrenamos con múltiples elecciones diarias cómo evitar el contacto con nosotros mismos y otros, cómo sabotearnos, cómo repetirnos, cómo estancarnos. Como quien entrena para una maratón, hacemos infinitas repeticiones. Reaccionamos igual a las mismas situaciones. Una y otra vez dejamos de dar el abrazo que necesitamos, dejamos de pedir la escucha que nos libera, dejamos de sonreír y elegimos amargarnos.


Nos gusta vendernos que somos víctimas de un entorno que nos limita. No hay mentira más grande. Lo de afuera es lo de afuera y el  mundo pone sus paredes de concreto y sus bordes filosos. Pero nosotros elegimos una y otra vez qué hacemos con eso. Generalmente elegimos pegarnos contra ese muro. Y otra vez. Y otra vez.


La mujer elige reaccionar con indignación a la ausencia del marido. El marido elige ausentarse y perderse en su trabajo. Ambos eligen venderse que deben seguir juntos por los hijos. La madre que no pide apoyo, el hombre que renuncia a querer. El trabajador que se queda haciendo lo que no le gusta, el millonario que es preso de su capital y de su ambición. Todas elecciones. De todas somos responsables.


Tomamos millones de microelecciones casi siempre en pro del desencuentro, casi siempre en pro de la infelicidad. Como quien va al gimnasio terminamos agotados. El desgaste es inconmensurable. No vale la pena.


¿Y para ser felices que? ¿Cuál es el trabajo? tenemos esa creencia cultural de que todo cuesta compromiso y esfuerzo. En el caso de ser feliz es justamente lo contrario. La felicidad y el bienestar residen en el presente. Cuando podemos estar aquí y ahora, la plenitud de la existencia nos aterriza en toda su magnitud. Cuando soltamos y nos dejamos estar hasta la tristeza es una experiencia plena. El trabajo es quizá, dejar de esforzarnos, dejar de pelearnos con lo que somos. Soltar las aprehensiones, los terrores de futuro. Abandonar el control. Confiar.

Soy un convencido de que menos es más. Creo que hacemos un excelente y esforzado trabajo en ser infelices. Seguimos el cronograma que nos plantearon de niños con perfección y obediencia. Nos dejamos en ello la vida. Creo, así mismo, que cuando soltamos, dejamos ir nuestras pretensiones de grandeza,  nuestros anhelos de éxito, no tenemos más remedio que Ser. Y ahí, la felicidad asoma su cabeza y nos sonríe.

lunes, 29 de julio de 2013

EL TEATRO COMO RITUAL

Ayer terminó un taller que hicimos desde el CGS llamado como esta entrada "El Teatro como Ritual". Este taller, como tantos otros aterrizó en nuestras manos y llevarlo a cabo fue una tarea ardua que, como pasa casi siempre, fue recompensada con magia.
El taller fue dado por Héctor Aristizábal. Un hombre, nacido en Medellín que fue víctima de nuestra época más cruda y difícil. Fue preso y torturado por razones absurdas. Sufrió pérdidas cercanas y decidió exiliarse en Estados Unidos hace ya varios años.
Psicólogo y actor, sensibilizado con su historia y dueño de su vida, decidió hacer de la muerte creación y nacimiento. Con el poder alquímico que dar el reinventarse, hizo lo que en Gestalt llamamos un "ajuste creativo". Y así, convirtió su vida en un compartir su realidad y su trabajo con miles de personas que en diferentes esquinas del mundo, han vivido historias de opresión, muerte, tortura. Para esto, entre otras cosas, se ha nutrido de un maravilloso enfoque teatral llamado "Teatro del Oprimido" inventado por Augusto Boal.
La experiencia del fin de semana con Héctor es lo que puedo llamar un salto cuántico de conciencia. Con maestría, nos llevó por la senda oscura del inconsciente, nos acompañó a mirarnos al espejo de nuestra propia herida, nos catapultó a la sanación. Fue una experiencia grupal llena de magia y elementos. Nos encontramos con tierra, agua y fuego en lo que fue una transmutación del dolor.
Pudimos acompañarnos como grupo en la resolución de historias que nos tocan. Pudimos oír las múltiples voces que resuenan en nuestra cabeza y que tantas veces nos sabotean en nuestra búsqueda de amor y vínculo. Bailamos, reímos y jugamos rescatando a nuestro niño. La risa obtenida fue trascendente y universal. Nos encontramos como grupo y por un fin de semana fuimos aldea.
Desde qué la Gestalt existe en mi vida, el teatro ha sido para mi una vía de conciencia que me ha acompañado a algunos de los "darse cuenta" más importantes. A través del teatro, he encontrado mis múltiples personajes y he aprendido a amar a mi personaje habitual. El de todos los días.
En este taller pude dar un paso más. Me encontré con un teatro que responde a un llamado sagrado y divino. Encontré mis dioses interiores. Fui carne en descomposición y me transformé en sol. Fui las dos cosas al mismo tiempo.
Como decía Héctor, los mitos son extraños conjuntos de mentiras que dicen la verdad. Yo encontré mi verdad y, desde la aldea, pude expandirla hasta la última célula de mi cuerpo.

martes, 23 de julio de 2013

MATILDE

Hola Matilde. Te quiero escribir esta carta en este espacio sagrado. Hace mucho no escribía, en gran parte, por lo que me ha implicado tu llegada al mundo hace ahora algo más de 5 meses.

 

Y es que ha sido un tiempo intenso. Una vez más, como con tu hermana Eloisa, toqué zonas profundas de mi sombra. Miedos que creía extintos y pasados.

 

Tuve miedo al displacer, al sacrificio, a la enfermedad y a la muerte. Le tuve miedo al miedo.

 

Me enfrenté una vez más con mi dificultad para acompañar desde el dolor. Me sumergí mil veces en mi angustia para escapar de mi mismo. Era más fácil estar angustiado que responder a tu necesidad.

 

Contacté mi niño interior y competí contigo por la atención del mundo. Quise hacerme visible pues tu ocupabas mucho espacio.

 

Como siempre me ausenté en mis pensamientos y en mis distracciones habituales. Actué muchas veces desde los mínimos, hice lo necesario para no cargar con mi culpa de no ayudar. Quise escapar de ti y de mi mismo.

 

Sin embargo, así como me repetí, también me reinventé.

 

Pude sentirme más que nunca en el lugar de padre. Muchas veces fui solidario compañero de una causa que entendí mía por principio y elección.

 

Me sentí tocado por tu mirada dulce desde que la vi. Te vi salir de una herida abierta y aunque me haya costado un par de mareos, me levanté y enfrente el milagro y la revolución que trajo tu nacimiento.

 

He podido estar como nunca para tu mamá, apoyándola en muchos momentos que me ha necesitado. Todas las veces que me he desconectado he encontrado en mi lo que necesito para reconectarme.

 

Para esto, me ha bastado con tu risa libre y dispuesta. Tu risa fácil.

 

Ha sido mi combustible en tantos viajes a la farmacia y al pediatra. Me ha permitido esperar de pie a que concilies el sueño en medio de tu llanto interminable. He encontrado en mi la voluntad inquebrantable de estar. Aunque sea no estando.

 

He sido sostén de tu hermana para que tu mamá puedo era ser sostén tuyo. He pasado innumerables noches a su lado acompañándola en el duelo de no ser ya la única receptora de nuestra atención y afecto. Me he encargado de recordarle que tu llegada no le quita amor, se lo multiplica.

 

Te quiero con todo lo que soy y estoy aquí para amarte y recibirte. Tu todavía estás llegando, nosotros todavía haciendo nido.

 

Somos una familia dispuesta a reescribirse infinitas veces. Eso nos da el derecho de equivocarnos lo mismo. Queremos dejarte a ti y a tu hermana un legado de incertidumbre y riesgo. La certeza única de que no hay certezas y el camino se labra una caída a la vez.

 

Seguimos aprendiendo...

viernes, 3 de mayo de 2013

EL MIEDO A LA LIBERTAD

Me tomo el atrevimiento de tomar prestado el título de esta entrada. “El miedo a la libertad” es una inspiradora obra de Erich Fromm que profundiza justamente el tema que me llama hoy a escribir este post intentando enriquecerlo con la mirada gestáltica: la dificultad que tenemos en asumir nuestro potencial y hacernos libres.

Fromm, introduce su libro con una cita maravillosa de Pico Della Mirandola. que reza:

No te di, Adán, ni un puesto determinado ni un aspecto propio ni función alguna que te fuera peculiar, con el fin de que aquel puesto, aquel aspecto, aquella función por los que te decidieras, los obtengas y conserves según tu deseo y designio. La naturaleza limitada de los otros se halla determinada por las leyes que yo he dictado. La tuya, tú mismo la determinarás sin estar limitado por barrera ninguna, por tu propia voluntad, en cuyas manos te he confiado. Te puse en el centro del mundo con el fin de que pudieras observar desde allí todo lo que existe en el mundo. No te hice ni celestial ni terrenal, ni mortal ni inmortal, con el fin de que -casi libre y soberano artífice de ti mismo-te plasmaras y te esculpieras en la forma que te hubieras elegido. Podrás degenerar hacia las cosas inferiores que son los brutos; podrás -de acuerdo con la decisión de tu voluntad- regenerarte hacia las cosas superiores que son divinas.

Esta cita, para mi, resume de manera contundente, lo que es el ser humano. Una infinitud de posibilidades, un potencial eterno, una divinidad incontestable. ¿Por qué, entonces, vivimos desde tanta limitación, con tanto miedo, tan acorazados y cargando tantas cadenas?

Una pista para esta respuesta está en la cita misma. Nuestro potencial es tan infinito que podemos, incluso, no ejercerlo. Esa es la esencia de nuestra libertad. Tenemos la posibilidad de tomarla o dejarla.

Y es que asumir nuestra libertad implica trabajo, entrega y sacrificio. Implica decidir y hacernos cargo de la consecuencia de esas decisiones. Implica vivir el vacío de la incertidumbre, navegar en aguas turbulentas, perder nuestro apoyos. Por esto es que nuestra historia está marcada por una humanidad que delega su poder en unos pocos. Entregamos el poder de la elección, de decidir por nuestras vidas. Dejamos que cualquier modelo moral nos indique el camino.

Pero cuando resignamos nuestra libertad, resignamos lo que nos hace humanos en primer lugar. Somos, hasta donde sabemos, el único ser dotado de conciencia. La conciencia nos propone y nos impone elegir del mundo aquello que queramos. Elegir para nuestras vidas cualquier cosa, construirnos sin molde, a base de experiencias, de ensayos y errores.

La libertad es quizá el mayor regalo y muestra de nuestra divinidad. Yo no creo en un dios que elige por nosotros mostrándonos EL camino. Creo en una fuerza divina que nos  bendijo con la posibilidad de ejercer nuestra vida según nuestra voluntad y deseo.

Es una libertad no anárquica. No es hacer lo que sea per se yéndose en contra de lo establecido. Eso no es más que una caricatura de libertad en la que jugamos a ser libre cuando no somos más que una respuesta polar a lo que hay.

La libertad pasa por reconocer lo que nos rodea. Las personas, la sociedad,la cultura, las leyes, la geografía, etc. Desde ese reconocimiento y conciencia podemos elegir. Si la elección pasa por transgredir, agredir, dañar y destruir, no tendremos más remedio que asumir las consecuencias de nuestros actos, sean éstas legales, morales, sociales, culturales o relacionales. Si nuestra elección es construir, crear, vincularnos, amar, tendremos una mejor posibilidad de ir haciendo de nuestra vida un lugar de mayor bienestar, coherencia y verdad.

El últimas, ejercer nuestra libertad, es frecuentemente un camino arduo que nos implica reinventarnos cada segundo. Para mi, sin embargo, no hay camino más satisfactorio y maravilloso.

martes, 9 de abril de 2013

UN CAMINO

Con frecuencia les digo a alumnos y consultantes que el Ego es un maestro de los disfraces. Así lo creo. Una de las equivocaciones más frecuentes con respecto al Ego es asociarlo con cierto tipo de conductas. Como si el ego siguiera una modalidad de comportamiento y fuera así, fácilmente identificable. El ego entonces es asociado con egoísmo, vanidad, sensación de superioridad, afán de protagonismo y en general, con todas las conductas que busquen realzar a la persona con el único objetivo de ponerla a la vista del mundo.

Ojalá! El ego en sus manifestaciones quizá más infantiles, se caracteriza por las conductas antes descritas. Pero en la medida que vamos desarrollándonos y creciendo en un camino de conciencia, el ego va tomando formas mucho más sutiles y sofisticadas. Así, se disfraza de monje Zen si eso le garantiza su existencia. Puede tomar todas las formas necesarias y adquirir diferentes discursos. Por supuesto, puede adquirir también la forma de gestaltista. Lo digo porque lo se, lo he vivido. He pasado y sigo pasando mucho tiempo amarrado a formas egoicas complejas que al final, no son más que mi carácter disfrazado de gestalt.

Así, aunque resulta paradójico e inexplicable, las diferentes escuelas de desarrollo personal que promueven la integración en vez de la división, que buscan la trascendencia a partir de la comprensión y vivencia de que somos parte de un todo amplio y sagrado, que critican del mundo la polarización y la guerra, en muchas ocasiones y de manera sistemática terminan convencidos de que su camino es el correcto y señalan otros caminos como inválidos, insuficientes, incompletos. Por alguna razón terminan creyendo que por alguna mágica razón (o muchas racionales) su propuesta es mejor, más completa, superior. De esta manera tenemos muchos egos GIGANTES disfrazados de escuelas de Reiki, meditación, psicología transpersonal, chamanismo, gestalt. 

Esto, creo yo, ocurre cuando después de un pedazo de camino y de quizá muchos descubrimientos, encontramos información trascendente dentro de nosotros y experimentamos liberación y bienestar. Desde el ego entonces nos convencemos que llegamos a la tierra prometida de la sabiduría interior. Y lo que antes fue ensayo y libertad, se convierte en una nueva ortodoxia encadenada. Creemos que ya lo descubrimos todo, que alcanzamos un gran nivel de maestría interna. Y entonces podemos empezar a vender ilusiones de salvación. No nos convertimos más que en pastores de rebaños más sofisticados que los que atienden las iglesias y mezquitas.

En poco tiempo, quizá construyamos completas industrias del desarrollo personal. Lugares “sagrados” en donde entras uno y sales otro. Entras caminando y sales volando por las nubes de la conciencia y la realización. Lugares en los que te hacen creer que encontraste el lugar correcto y que tomaste el camino adecuado. No hay ninguno mejor.

El problema es que muchas personas, ante su necesidad de creer en cualquier cosa, se creen eso. Convierten entonces su terpaeuta o escuela, en la pastilla contra todos sus males. Fabrican un mundo artificial dentro de esas paredes que son incapaces de llevar al mundo de afuera. Tocan y son tocados, miran y son vistos, escuchan y son escuchados. Afuera, generalmente cambia poco o nada. Peor aún, si esa escuela desaparece o son expulsados de ella, se sienten abandonados, perdidos, desarraigados y sin un lugar en el mundo.

En la creencia de que por fin encontramos la verdad revelada, pasamos a venderla. Y no vendemos más que la mentira que nos creímos y no tenemos coraje de desmentir. Pues hacemos de eso un modo de vida. Aprovechamos la necesidad fundamental que tenemos todos los seres humanos de pertenecer y les ofrecemos un oasis. Cuando la persona se acerca, quizá no encuentre más que un espejismo lleno de arena y promesas.

Cuantas veces no he sido yo el que compra promesas. Cuantas veces no he tenido la tentación de venderlas. Cuantas veces no he caído en esa tentación.

Por ahora, no he encontrado más antídoto que trabajar constantemente en la comprensión de que mi camino es particular y propio. Que quizá algo de lo recorrido por mi, sirva a otros y si es así, maravilloso. Eso es, en algún sentido, pasar la riqueza infinita de la experiencia y no vender dogmas y fórmulas de autenticidad y verdad. Como hacen los abuelos o los padres cuando cuentan sus historias. Los niños las escuchan y se nutren naturalmente. Luego emprenden y construyen su propio camino.

Por eso, aunque me considero gestaltista, entiendo la gestalt como una experiencia que por casualidad o divinidad, me ha dado un espacio de exploración y crecimiento. Y sin pretender entenderlo todo, me convierto a mi y al CGS en canales de transmisión que ofrecen una mirada y una alternativa que servirá en mayor o menor grado a las diferentes personas que se acerquen.

La Gestalt es un enfoque maravilloso, o por lo menos lo ha sido para mi. Eso no significa que sea la única posibilidad ni la mejor. Significa que a mi me sirve y que desde ahí quizá le sirva a muchas de las personas que se acercan. Quizá no.

Quiero soltar los afanes de mi ego de ser mejor o tener la propuesta más completa. Quiero desligarme de la necesidad de ser mirado y admirado. Quiero dejar de exigirme tanta excelencia y buscar más presencia y conciencia. Quiero construir una vida y un centro móvil, flexible, siempre creciendo y reinventándose. No quiero sabérmelas todas. No quiero construir mi vida desde la aceptación del otro y después ser esclava de la misma. Quiero, el últimas, aceptar la Gestalt como simple y llanamente, un camino.