Desde que soy terapeuta, trabajo con parejas. Por razones que escapan a mi entendimiento, he sido buscado por parejas en crisis para ser el acompañante de sus procesos de encuentro. Ha sido un privilegio poder asistir en primera fila una interacción, que en terapia individual, sólo se relata. Aparecen claramente ante mis ojos las trampas, saboteos y vicios comunicativos. Aparece con claridad lo que marca el desencuentro.
Hace algún tiempo, escuché con atención
la letra de una canción que llevo años cantando de memoria. La canción es de
Juanes y dice: “...porque nada valgo, porque nada tengo, si no tengo lo
mejor: tu amor y compañía en mi corazón.” Esta canción se titula “Nada
valgo sin tu amor” y para mi representa de manera sintética lo que en general
es disfuncional en las parejas en nuestra sociedad.
Quiero dejar claro que no estoy
criticando ni a esta ni a ninguna canción de amor. Creo que en el contexto del
arte y la poesía, maravillosas palabras han sido dichas y no tengo la
pretensión de ser crítico del arte de otros. Simplemente pretendo ilustrar, desde
una perspectiva existencial, como literalizamos este tipo de ideas y, es ese
camino, nos perdemos de nosotros mismos.
Y es que eso creemos: que nada valemos
sin el otro, que el otro es nuestra media naranja, que es el aire que
respiramos y los ojos a través de los cuales vemos. Nos elegimos con otros
desde sentirnos carentes, despojados de toda sensación de completud. Vamos por
el mundo buscando complemento y “amor” como zombis que buscan cerebros. Y
cuando lo conseguimos, nos aferramos a esto cual si fuera el último salvavidas
del Titanic. La tabla de salvación de una vida insulsa.
Esto, señores, es lo que cualquier psicólogo o revista de variedades llama “apego”. El amor, desde mi forma de ver, es otra cosa. El amor es elección, no necesidad. El amor se vive en libertad, no en cadenas. El amor es completud y suficiencia, no carencia y desesperación. El amor implica renuncia en pro de algo más grande, no abandono de mi mismo. El amor significa caminar en paralelo, no fusionarse. El amor existe en la medida en que el otro me potencia, no me reduce a una patética versión de mi mismo.
Y
entonces, ¿qué hace que a lo mismo que llamamos apego, llamemos amor? ¿qué hace
que estas dos cosas tan diferentes las llamemos igual?
Claramente
somos productos de familias que, en gran medida, nos crían desde la carencia.
Carencias que ellos mismos traen de sus familias y que esa cadena se remontan
al inicio de la humanidad. Somos una humanidad carencial, siempre hambrienta de
calmar su hambre de vínculo y afecto. Somos seres humanos con grandes
dificultades para reconocernos como somos. Le tenemos fobia al espejo.
De
ahí, buscamos todo lo que creemos que nos falta afuera. Lo buscamos en la
pareja. Pero no solo en la pareja lo hacemos en la comida, en la bebida, en las
drogas, en el juego, etc. Desde nuestro vacío existencial actuamos
compulsivamente rebotando entre abundancia y escasez. Nunca la humanidad había
sido tan abundante y nunca tan escasa.
Y
así llegan las parejas, en crisis de auto apoyo, con dos miembros cuyas vidas
personales también están en crisis profunda. Con un deseo de sanarse y con una
tarea titánica por delante.
El
trabajo de las parejas es encontrar, si lo hay, el amor que algún día generó el
encuentro y reconstruirse desde ahí. Es un trabajo que exige mucha conciencia y
dedicación. Mucha disciplina. Muchas lo logran. En muchos casos, sin embargo,
el trabajo es soltar y aceptar el desencuentro.
Volviendo
a las canciones, hace poco escuché una de Santiago Cruz que me contactó con mi
visión del amor:
No es dependencia loca
no es irracional
no es que se acabe el mundo porque tu no estas,
es darse el
uno al otro en forma natural,
es una doble vía, es dar y recibir,
si alguna
vez me faltas yo podría seguir,
pero es mi decisión
quedarme junto a ti.
Todo está dicho.