Jugamos personajes
todos los días y en cada ámbito de nuestra vida. Tenemos un personaje para el
trabajo, para los amigos, para la pareja. También tenemos para la vida social,
familiar y un personaje para caminar por la calle. En ocasiones tenemos uno
para cada día de la semana, uno de la mañana, otro de la tarde y otro de la
noche. En general tenemos personajes “programados” para cada evento conocido y
rutinario de nuestras vidas.
Estos personajes están
relacionados con los mandatos sociales que tenemos introyectados. Tienen que
ver con el “como se supone que me comporte” ante situaciones específicas que
afrontamos en nuestra vida. Y así, pasamos por la vida jugando un sin fin de
personajes diferentes. Esto es verdad para cada uno de los seres humanos que
habitamos este planeta.
Por supuesto en la
conformación de estos personajes hay otras variables que intervienen además de
los preceptos sociales generales. Recibimos influencia de la microcultura que
es nuestra familia, de las vivencias específicas y circunstanciales de nuestra
vida y sin duda que también hay componente genético importante, entre otras
muchas cosas que para efectos de este escrito, no vale la pena mencionar.
Así, poco a poco,
en los primeros años de nuestra vida, vamos conformando eso que conocemos como
“carácter”. Toda esa suma de variables, ese cóctel existencial, va propiciando
una forma única de estar en el mundo, de vincularse con los otros, de
defenderse de las agresiones, de seducir para lograr objetivos, de manipular,
en últimas de generar una suma de creencias acerca de nosotros mismos y del
mundo con las cuales nos identificamos profundamente, tanto, que llegamos a
creer que “eso” somos.
Es importante
tener claro que estos personajes han sido, son y seguirán siendo importantes
para nuestra vida, en sociedad, para nuestra supervivencia y adaptación al
medio. Los fuimos adquiriendo en el proceso de socialización cuando éramos
niños y desde entonces nos han permitido pertenecer y desarrollarnos en la
sociedad.
A pesar de lo
evidentemente funcionales que son estos personajes en nuestra vida y ante la
inevitabilidad de su existencia, es importante trabajar terapéuticamente estos
personajes precisamente por el hecho mismo de que estamos tan identificados con
ellos que creemos que “somos” ellos. Y esto en si mismo no es dañino, lo dañino
es que ente la identificación profunda con los personajes perdemos en
flexibilidad y oportunidad y ganamos en rigidez, lo cual frecuentemente lleva a
un sufrimiento profundo.
Me explico, en la medida que asumimos nuestros rótulos y
personajes habituales, como la totalidad de nuestro ser estamos “casándonos”
solo con una parte de lo que somos y perdiéndonos del resto. Así, una persona
que se identifica con ser muy introvertida, solo va a poder relacionarse con el
mundo desde su introversión, ya que considera que no tiene ninguna otra
posibilidad de relación. Por esto, situaciones que exijan de ella un poco mas
de expresión serán vistas como altamente amenazantes y peor aun se enfrentará a
estas situaciones con la convicción absoluta de que no tiene dentro de si ningún
recurso que le permita salir “ilesa”. De ahí, sufrirá no solo cuando dichas
situaciones ocurran sino en la anticipación de las mismas y de esta manera
tratará de evitarlas a toda costa, perdiéndose de experiencias que en vez de
destruirla probablemente van a enriquecer su vida.
Igualmente, en la
relación con los otros, esa persona verá en ellos características que no ve
como propias y las envidiará, rechazará o le atraerán. En todo caso no le
pasarán desapercibidas. Es muy probable que nuestra persona introvertida
entonces sienta un rechazo muy grande por alguien de su medio de trabajo que
califica como excesivamente extrovertido, petulante y creído y así se alejará
de esta persona evitando el contacto con ella y consecuentemente perdiéndose la
oportunidad de enriquecer su experiencia
vital en esa relación. También es probable que encuentre una pareja que tenga “lo
que le falta” con el afán de llenar en su vida lo que considera que no tiene,
eligiendo desde la carencia y por lo tanto generando vínculos afectivos de
dependencia y apego, llegando a todo el sufrimiento que este tipo de relaciones
puede generar.
Y como en los
ejemplos mencionados, esta persona pasará por un sinfín de situaciones en su
vida intrapersonal e interpersonal, que desde la rigidez la llevarán al
sufrimiento, pues vive desde la limitación, la escasez de recursos, la pobreza
existencial.
Una de las
principales directrices del trabajo gestáltico es precisamente la
desidentificación con los rótulos. Y es importante decir que desidentificarse
de ellos no significa desecharlos o cambiarlos. Estos rótulos nos han permitido
una identidad frente al mundo que nos
permite trabajar, estudiar, socializar, convivir, en últimas sobrevivir.
Desidentificarse, como su nombre lo indica significa saber que estos rótulos
están, que tienen una utilidad pero que no SOMOS ellos. Desidentificarse
significa asumir en nuestra existencia que los personajes existen pero que
detrás está nuestra esencia. Desidentificarse implica entender desde lo más
profundo de que somos mucho más de lo que creemos y que nuestras posibilidades
son infinitas.
Así, el trabajo
con personajes se trata de ir más allá de los propios rótulos y de los ajenos.
Arriesgarnos a creer que no estamos escritos. Atrevernos a desmitificar nuestra
existencia, a expandir nuestra conciencia. Creernos la posibilidad de ser mucho
más de lo que creemos que somos, de que tenemos un potencial infinito. Y para
lograr esto de mirar nuestra sombra, de mirar hacia adentro necesitamos ver en
nosotros mismos un aspecto que algunos tenemos mas reconocido y otros menos,
pero que sin duda a todos nos pertenece, la valentía.