Lo que pasó en Charlie Hebdo ha movido
muchas fibras en mi mundo interior. Un evento de esa magnitud me ha hecho
plantearme muchas preguntas. Por supuesto, la primera reacción fue rabia e
indignación. ¿Cómo es posible que pase algo así en este mundo? ¿Cómo es posible
que una creencia religiosa pueda servir para algunos de justificación para
matar y asesinar? ¿Para intentar matar las ideas y las opiniones?
Lo siguiente que me pasó es que empecé a
leer opiniones en columnas de periódicos y de mis amigos y conocidos en
Facebook. Con algunas tuve un acuerdo mayor que con otras, algunas las
compartí, algunas las comenté. En general leí un tono de indignación y crítica
similar a mi primera reacción.
Luego me pasó que empecé a preguntarme
que me movía tanto. Y entonces recordé aquella expresión que dice que sólo nos
duele aquello que toca nuestras heridas. Y entonces me di cuenta que tocaba temas
profundos de mi propia humanidad.
Y es que es muy fácil llegar a la
conclusión de que quienes hicieron esto son “monstruos”. Es sencillo arrancar
de ellos todo trazo de humanidad y justificar desde ahí que hayan hecho lo que
hicieron. Y por supuesto, si son monstruos, nada tienen que ver conmigo. Y si
me indigno es porque creo que lo que hicieron está “mal”.
Pero, ¿Y qué pasa si entendemos lo que
hicieron como un acto humano? ¿Qué pasa si identificamos en nosotros principios
similares a los que llevaron a estas personas a hacer lo que hicieron? ¿Qué
pasa si podemos identificar en nosotros (a menor escala) actitudes y acciones parecidas
a esas?
Si aceptamos esas premisas quizá podemos
reconocer nuestras propias ortodoxias. Todas aquellas veces que creemos que
estamos bien y el otro mal. Todas aquellas situaciones en las que nos
apresuramos a juzgar y calificar. Todas las veces que creemos llevar las
banderas de la verdad y la justicia. Todas las veces que calificamos al otro
como menos que humano y nos atrevemos a condenarlo a muerte o a sufrimiento
pues “se lo merece”.
Cada que hacemos eso, nos hacemos parte
del problema. Creamos pequeños radicalismos y aumentamos la polarización.
Calificamos al diferente con mil adjetivos sentados en el trono de la
superioridad moral. Sembramos en nuestra vida pequeñas semillas de violencia y
división.
Lo que pasó en París muestra en espejo
nuestro aspecto más radical y violento. Muestra nuestra sombra, nuestro lado
más oscuro. Quizá por eso nos duele tanto. Sé que a mi me duele mucho.
Al mismo tiempo, confío plenamente en que
si reconocemos en nosotros lo que nos mueve y hacemos conciencia de aquello que
nos identifica, tendremos una gran oportunidad como individuos y sociedad, de
aterrizar en un momento de nuestra historia en el que este tipo de situaciones
dejen de ser nuestro pan de cada día. Si nos quedamos en el “eso no tiene nada
que ver conmigo” me temo que habremos perdido esa oportunidad.