Me tomo el atrevimiento de tomar prestado el título de esta
entrada. “El miedo a la libertad” es una inspiradora obra de Erich Fromm que
profundiza justamente el tema que me llama hoy a escribir este post intentando
enriquecerlo con la mirada gestáltica: la dificultad que tenemos en asumir
nuestro potencial y hacernos libres.
Fromm, introduce su libro con una cita maravillosa de Pico
Della Mirandola. que reza:
No te di, Adán, ni un
puesto determinado ni un aspecto propio ni función alguna que te fuera peculiar,
con el fin de que aquel puesto, aquel aspecto, aquella función por los que te
decidieras, los obtengas y conserves según tu deseo y designio. La naturaleza
limitada de los otros se halla determinada por las leyes que yo he dictado. La
tuya, tú mismo la determinarás sin estar limitado por barrera ninguna, por tu
propia voluntad, en cuyas manos te he confiado. Te puse en el centro del mundo
con el fin de que pudieras observar desde allí todo lo que existe en el mundo.
No te hice ni celestial ni terrenal, ni mortal ni inmortal, con el fin de que
-casi libre y soberano artífice de ti mismo-te plasmaras y te esculpieras en la
forma que te hubieras elegido. Podrás degenerar hacia las cosas inferiores que
son los brutos; podrás -de acuerdo con la decisión de tu voluntad- regenerarte
hacia las cosas superiores que son divinas.
Esta cita, para mi, resume de manera contundente, lo que es el
ser humano. Una infinitud de posibilidades, un potencial eterno, una divinidad
incontestable. ¿Por qué, entonces, vivimos desde tanta limitación, con tanto
miedo, tan acorazados y cargando tantas cadenas?
Una pista para esta respuesta está en la cita misma. Nuestro
potencial es tan infinito que podemos, incluso, no ejercerlo. Esa es la esencia
de nuestra libertad. Tenemos la posibilidad de tomarla o dejarla.
Y es que asumir nuestra libertad implica trabajo, entrega y
sacrificio. Implica decidir y hacernos cargo de la consecuencia de esas
decisiones. Implica vivir el vacío de la incertidumbre, navegar en aguas
turbulentas, perder nuestro apoyos. Por esto es que nuestra historia está
marcada por una humanidad que delega su poder en unos pocos. Entregamos el
poder de la elección, de decidir por nuestras vidas. Dejamos que cualquier
modelo moral nos indique el camino.
Pero cuando resignamos nuestra libertad, resignamos lo que nos
hace humanos en primer lugar. Somos, hasta donde sabemos, el único ser dotado
de conciencia. La conciencia nos propone y nos impone elegir del mundo aquello
que queramos. Elegir para nuestras vidas cualquier cosa, construirnos sin
molde, a base de experiencias, de ensayos y errores.
La libertad es quizá el mayor regalo y muestra de nuestra
divinidad. Yo no creo en un dios que elige por nosotros mostrándonos EL camino.
Creo en una fuerza divina que nos bendijo
con la posibilidad de ejercer nuestra vida según nuestra voluntad y deseo.
Es una libertad no anárquica. No es hacer lo que sea per se yéndose en contra de lo
establecido. Eso no es más que una caricatura de libertad en la que jugamos a
ser libre cuando no somos más que una respuesta polar a lo que hay.
La libertad pasa por reconocer lo que nos rodea. Las personas,
la sociedad,la cultura, las leyes, la geografía, etc. Desde ese reconocimiento
y conciencia podemos elegir. Si la elección pasa por transgredir, agredir,
dañar y destruir, no tendremos más remedio que asumir las consecuencias de
nuestros actos, sean éstas legales, morales, sociales, culturales o
relacionales. Si nuestra elección es construir, crear, vincularnos, amar,
tendremos una mejor posibilidad de ir haciendo de nuestra vida un lugar de
mayor bienestar, coherencia y verdad.
El últimas, ejercer nuestra libertad, es frecuentemente un
camino arduo que nos implica reinventarnos cada segundo. Para mi, sin embargo,
no hay camino más satisfactorio y maravilloso.