Cuando hablamos de Ego, normalmente lo hacemos con una
connotación negativa. Una persona muy egóica, coloquialmente es aquella que
piensa mucho de si misma y que pasa por encima de los otros creyéndose más que
ellos y estando en constante comparación con todas las personas. Es esa que
está demasiado identificada con su imagen y con lo que proyecta al mundo.
La psicología tradicional apoya esta imagen negativa del ego
invitando de manera permanente a deshacernos del ego pues nos genera mucho
sufrimiento y dolor en nuestras vidas. Así mismo, algunas tradiciones
espirituales postulan que en el camino a la felicidad y a la realización, el
ego debe ser dejado atrás y que debemos contactarnos con lo esencial, con lo
trascendente. Pero, ¿Qué es el Ego?
Cuando nacemos, estamos totalmente expuestos y a merced del
mundo. Somos seres frágiles y delicados que dependemos del entorno para
sobrevivir. A diferencia de la mayoría de los animales que muy pronto están
listos para la vida, los seres humanos nos tomamos mucho tiempo para empezar a
valernos por nosotros mismos. Sin un sostén externo moriríamos
irremediablemente. Es por esto precisamente que nuestras vivencias de los
primeros años de vida son tan importantes y determinantes para lo que seremos
como adultos.
La mayoría de nosotros llegamos a un hogar constituido
tradicionalmente por nuestros padres y hermanos. Y a pesar de recibir de ellos
todos los cuidados que quieren y pueden darnos, muy rápido nos encontramos con
que el mundo es también frustrante y que no todas necesidades pueden ser
satisfechas. También nos encontramos con el dolor, la tristeza, la rabia y con
situaciones que son potencialmente dañinas. Nuestros padres, por buenos que
sean, no pueden protegernos de esto.
Adicionalmente, tanto como necesitamos alimentos,
necesitamos amor, afecto y reconocimiento. Necesitamos ser vistos por nuestros
padres y ellos no siempre pueden hacerlo como necesitamos. Así, no nos queda
más remedio que empezar a fabricar estrategias muy rudimentarias para obtener
del mundo esa mirada y aprobación y para defendernos de todo lo que puede
lastimarnos. Es entonces que se empieza a gestar el Ego.
El Ego es entonces, una especie de coraza de carácter que
vamos contruyendo alrededor de nosotros con un objetivo funcional que es
nuestra supervivencia psicológica y emocional. Nos convertimos entonces en el
niño que no llora porque su papá lo mira más cuando es fuerte o la niña que
sabe que poniéndose ropa linda es más querida por su mamá. Estamos dispuestos a
hacer lo que sea con tal de ser reconocidos y no pasar por el dolor de la
frustración y el olvido. Construimos un “personaje” que nos garantice que no
seremos abortados del mundo.
Con el paso del tiempo, esa coraza se va cristalizando y
endureciendo. Cando menos pensamos, empezamos a creer que somos ese ego y nos
identificamos plenamente con ese personaje.
Así, en la vida adulta vamos por la calle ya no sólo con el
ego puesto como un disfraz sino que lo cargamos como la esencia de lo que
somos. Nos confundimos con nuestra máscara y nos vamos volviendo cada vez más
pobres de recursos existenciales. Perdemos de vista la creatividad, el SER se
esconde. No tenemos más que unas pocas respuestas aprendidas para lo que nos
pasa en la vida. Si algo nos rompe un esquema y se sale mucho de lo habitual,
colapsamos.
Sin embargo, en algún momento de nuestra vida, algunos pocos
privilegiados decidimos preguntarnos por nosotros mismos y nuestra vida. En una
acto de conciencia, intuimos que debe haber algo más que esa máscara con la que
llevamos identificados tanto tiempo.
Entonces empezamos a descubrir al SER y sus infinitas posibilidades. Nos
extasiamos en nosotros mismos, descubrimos al ser creativo que siempre hemos sido.
Nuestras posibilidades se multiplican.
Y entonces, corremos el grave peligro de caer en una gran
trampa. Muchos empezamos a creer que el ego es malo, lo satanizamos y
pretendemos como objetivo de vida vivir una vida sin ego. Pensamos: “si el ego
ha sido tan limitante y me generado tanto sufrimiento, lo que debo hacer es
deshacerme de el”. Esto es un error profundo por dos razones:
La primera es que sencillamente no se puede. El ego se
instauró en nuestras vidas en una edad muy temprana y pasó a hacer parte
estructural de nuestro sistema psíquico. Por más que quisiéramos deshacernos de
él no podríamos. El ego no es la totalidad de lo que somos pero definitivamente
es una parte.
La segunda y quizás más importante, es que LO NECESITAMOS.
Es verdad que en nuestra infancia nos garantizó la supervivencia. También es
verdad que eso ya no es cierto en la vida adulta pues tenemos muchos más
recursos. Pero el hecho de que no sea vital, no quiere decir que no sea
importante.
El mundo está lleno de diferentes contextos. En cada
contexto nos vemos invitados a ponernos en lugares diferentes que resultan
funcionales y adecuados a ese contexto. Un bikini no cabe en una oficina y un
vestido no cabe en la playa. En la iglesia debemos ser serios y solemnes, en
una discoteca, divertidos y relajados.
Relacionarnos únicamente desde nuestro ser esencial, implica
mucha apertura y vulnerabilidad. Esto significa que no todos los espacios de la
vida son para estar desde ahí. Hay contextos en que el SER es invitado de honor
como en nuestros núcleos familiares. Hay otros en que relacionarnos desde ahí
nos puede significar salir lastimados.
Es ahí donde el ego cobra importancia. Si logramos, en
nuestro trabajo personal, desidentificarnos del ego, muy pronto entenderemos
que no necesitamos deshacernos de él pues dejará de hacer tanto ruido y ser tan
limitante. Entonces, lograremos usarlo a nuestro favor cuando lo necesitamos y
dejarlo colgado en la percha cada vez que sepamos que estamos en un ambiente
protegido. El ego se convierte en un recurso más, uno de los más importantes.
Satanizar el ego es una confusión fundamental. El problema
no es tener ego, es serlo. Si fuésemos educados y acompañados a
desidentificarnos cuando ya no es esencial para nuestra supervivencia,
probablemente no tendríamos este problema. Confío en que nuestra educación sea
cada vez más para el SER y que le demos al ego el lugar que se merece en
nuestras vidas.