“Por eso estamos como estamos”. ¿Cuántas veces hemos oído o usado esa expresión?. Seguramente, muchas. Se convirtió en costumbre social registrar algo con connotación negativa y atribuirle a eso la razón causal de todo lo “malo” que ocurre en nuestra sociedad.
Todos los días, cuando hago mi paso habitual con el muro de Facebook, encuentro expresiones de ese tipo. La dinámica es casi siempre la misma: Una noticia negativa compartida de algún medio y abajo el comentario que palabras más palabras menos tiene ese contenido.
Por supuesto, el uso de esa expresión depende mucho de las creencia personales e quien a usa. Si es un ecologista, pondrá una noticia de la minería. Si es una feminista, criticará a las mujeres que se operan. Si es de izquierda criticará los actos de derecha y viceversa.
Cada quien encuentra entonces en aquello que le parece reprobable desde su sistema de creencias, el punto focal de TODO lo que está mal con el mundo.
Por supuesto que todos tenemos derecho a tener opiniones o visiones. Y por supuesto que tenemos derecho a expresarlas. El problema inicia cuando confundimos una visión personal con una verdad absoluta. Cuando creemos que realmente sabemos lo que está mal con el mundo. La pregunta es: ¿Sabemos?
Desde mi visión, el mundo y su funcionamiento está regido por complejidades enormes. Tales son las complejidades y de tal magnitud, que la pretensión de entenderlas todas parece tarea imposible. Los seres humanos hemos dado pasos importantes en la comprensión del funcionamiento de los que nos rodea, pero nos falta mucho aún por conocer y entender. Todos los días tenemos nuevos descubrimientos, muchos de los cuales desvirtúan conocimientos anteriores. Podríamos concluirr, como Sócrates, que es tan poco lo que sabemos frente a lo que puede ser sabido, que no sabemos nada.
Sin embargo, pretendemos saber con mucha frecuencia. Soltamos al aire a diestra y siniestra verdades absolutas que lo único que revelan con mayor certeza, es nuestra profunda ignorancia. Hacemos caso omiso al principio de incertidumbre. Lanzamos juicios con la ligereza con la que comemos un helado (aunque habrá para quien comer un helado es un acto trascendente).
Nos convertimos en anti taurinos, animalistas, feministas, ecologistas. Defendemos unos derechos de los que nos creemos representantes. Tratamos de imponer nuestros propios códigos morales y nos creemos abanderados de la verdad y la justicia.
Desde ahí, señalamos a otros con total impunidad y sin ningún tipo de vergüenza. Nos hacemos jueces aunque nunca dejaremos de ser parte. No tenemos ninguna visión perspectiva y creemos tenerla toda. Somos ciegos y nos creemos videntes. Nos encerramos en nuestras propias ortodoxias y construimos los barrotes de nuestras propias cárceles.
Preferimos categorizar lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, lo aceptable e inaceptable, que compartir nuestra experiencia personal dejando la libertad al otros de que tome lo que le sirva. Somos únicos e irrepetibles y por alguna razón creemos en máximas que son aplicables a todos.
Para mi, ha sido un gran descubrimiento vivir una vida con una creciente ausencia de juicios. Mirar compasivamente al otro desde su realidad y su contexto me ha regalado libertad. No creer que sé más y mejor de nada, me ha dado la posibilidad de aprender. No creer que hay verdades absolutas me ha ayudado a criar a mis hijas motivando su libertad y autonomía. No creer que hay cosas fijas me ha ayudado a reinventarme muchas veces.
Por eso, cada vez me alejo más de los “ismos” y de las verdades reveladas. Y me acerco cada vez más a lo que decía la poeta americana Gertrude Stein: “Una rosa es una rosa es una rosa”.
Por supuesto, esto, es sólo mi verdad.