martes, 8 de octubre de 2013

EL PODER DE REPARAR

Pareciera que el objetivo de todo proceso de desarrollo fuera el cambio, la trascendencia, irnos convirtiendo pocos a poco en seres “a prueba de errores”.

¿No es esa la búsqueda primordial de todos? ¿Caernos menos, tropezar menos, ser menos víctimas de los bordes filosos del mundo?

Día a día en terapia, llegan personas que han cometido errores y equivocaciones en sus vidas. Llegan generalmente en un gran autocastigo, dándose latigazos sin piedad, preguntándose una y otra vez por qué lo hicieron. Hirieron a su ser querido, decepcionaron a sus padres, fueron violentos con sus hijos.

Y claro, buscan cambiar todo eso que los llevó a equivocarse, con la creencia de que ya no volverá a pasar como diciendo: “si soy otro, nada de lo negativo que tengo volverá a salir”.

Y es verdad. Claro que es posible modificar lo que somos. Si nos comprometemos en un proceso de mirada interior, seguramente hallaremos muchas oportunidades de encontrar aquello que nos empuja a caernos en el mismo hueco una y otra vez. Podremos mirar nuestro espejo interior y reconocer nuestros miedos, culpas, rabias que nos hacen muchas veces actuar sobre el mundo de manera errática. Sin embargo esto, me temo, toma tiempo.

Cuando los pacientes se dan cuenta de esto, algunos lo asumen y lo enfrentan, muchos, desertan al constatar de que no hay soluciones mágicas para ellos. Han pasado una vida entera entrenando su neurosis y esperan que la varita del hechicero terapéutico los toque y los transforme de sapos a princesas y príncipes.

Para los que se quedan queda la siguiente pregunta: ¿Y mientras tanto? ¿Qué pasa con esa compulsión de dañar y tropezarnos?

Cuando éramos niños, nos caíamos y raspábamos con frecuencia. ¿Qué hacían nuestra madres? Nos echaban agua oxigenada, nos limpiaban la herida, nos consentían mientras llorábamos y poco a poco la herida se iba sanando. Es decir, reparábamos el daño.

Desde mi punto de vista, es ese el "mientras tanto". Es decir, mientras somos seres capaces de tener niveles de conciencia suficientes para generar cambios y movimientos trascendentales en nuestras vidas, tenemos como única opción el "reparar".

¿Y qué significa reparar? Fundamentalmente, es darnos cuenta del daño que hicimos a otros y a nosotros mismos y tomar acciones que lleven  que esa "herida" sea atendida y cuidada. Es decir "lo siento", aceptar nuestros errores, acompañar al otro en la resolución de su dolor. etc.

Así, cuando le pregunto a mis pacientes: ¿Y ya reparaste? me suelen mirar perplejos y confundidos. No saben aqué me refiero. Están tan preocupados de ser otros, que se olvidan de que la reparación es muy poderosa, y que de alguna manera, ejerciéndola, ya son otros. Pasan del autocastigo a la reparación, pasan de preocuparse, a ocuparse. Pasan de ser víctimas de su neurosis, a ser dueños de su vida.

Reparar no es simplemente pedir disculpas. Reparar es poner alma, corazón y conciencia en la sanción de nosotros mismos y de nuestro vínculo con el mundo.