viernes, 3 de mayo de 2013

EL MIEDO A LA LIBERTAD

Me tomo el atrevimiento de tomar prestado el título de esta entrada. “El miedo a la libertad” es una inspiradora obra de Erich Fromm que profundiza justamente el tema que me llama hoy a escribir este post intentando enriquecerlo con la mirada gestáltica: la dificultad que tenemos en asumir nuestro potencial y hacernos libres.

Fromm, introduce su libro con una cita maravillosa de Pico Della Mirandola. que reza:

No te di, Adán, ni un puesto determinado ni un aspecto propio ni función alguna que te fuera peculiar, con el fin de que aquel puesto, aquel aspecto, aquella función por los que te decidieras, los obtengas y conserves según tu deseo y designio. La naturaleza limitada de los otros se halla determinada por las leyes que yo he dictado. La tuya, tú mismo la determinarás sin estar limitado por barrera ninguna, por tu propia voluntad, en cuyas manos te he confiado. Te puse en el centro del mundo con el fin de que pudieras observar desde allí todo lo que existe en el mundo. No te hice ni celestial ni terrenal, ni mortal ni inmortal, con el fin de que -casi libre y soberano artífice de ti mismo-te plasmaras y te esculpieras en la forma que te hubieras elegido. Podrás degenerar hacia las cosas inferiores que son los brutos; podrás -de acuerdo con la decisión de tu voluntad- regenerarte hacia las cosas superiores que son divinas.

Esta cita, para mi, resume de manera contundente, lo que es el ser humano. Una infinitud de posibilidades, un potencial eterno, una divinidad incontestable. ¿Por qué, entonces, vivimos desde tanta limitación, con tanto miedo, tan acorazados y cargando tantas cadenas?

Una pista para esta respuesta está en la cita misma. Nuestro potencial es tan infinito que podemos, incluso, no ejercerlo. Esa es la esencia de nuestra libertad. Tenemos la posibilidad de tomarla o dejarla.

Y es que asumir nuestra libertad implica trabajo, entrega y sacrificio. Implica decidir y hacernos cargo de la consecuencia de esas decisiones. Implica vivir el vacío de la incertidumbre, navegar en aguas turbulentas, perder nuestro apoyos. Por esto es que nuestra historia está marcada por una humanidad que delega su poder en unos pocos. Entregamos el poder de la elección, de decidir por nuestras vidas. Dejamos que cualquier modelo moral nos indique el camino.

Pero cuando resignamos nuestra libertad, resignamos lo que nos hace humanos en primer lugar. Somos, hasta donde sabemos, el único ser dotado de conciencia. La conciencia nos propone y nos impone elegir del mundo aquello que queramos. Elegir para nuestras vidas cualquier cosa, construirnos sin molde, a base de experiencias, de ensayos y errores.

La libertad es quizá el mayor regalo y muestra de nuestra divinidad. Yo no creo en un dios que elige por nosotros mostrándonos EL camino. Creo en una fuerza divina que nos  bendijo con la posibilidad de ejercer nuestra vida según nuestra voluntad y deseo.

Es una libertad no anárquica. No es hacer lo que sea per se yéndose en contra de lo establecido. Eso no es más que una caricatura de libertad en la que jugamos a ser libre cuando no somos más que una respuesta polar a lo que hay.

La libertad pasa por reconocer lo que nos rodea. Las personas, la sociedad,la cultura, las leyes, la geografía, etc. Desde ese reconocimiento y conciencia podemos elegir. Si la elección pasa por transgredir, agredir, dañar y destruir, no tendremos más remedio que asumir las consecuencias de nuestros actos, sean éstas legales, morales, sociales, culturales o relacionales. Si nuestra elección es construir, crear, vincularnos, amar, tendremos una mejor posibilidad de ir haciendo de nuestra vida un lugar de mayor bienestar, coherencia y verdad.

El últimas, ejercer nuestra libertad, es frecuentemente un camino arduo que nos implica reinventarnos cada segundo. Para mi, sin embargo, no hay camino más satisfactorio y maravilloso.