martes, 5 de junio de 2012

BENDITO EGOÍSMO



“Si un individuo es capaz de amar productivamente, también se ama a si mismo; mas si únicamente puede amar a otros, no puede amar a nadie.”
Erich Fromm

Según la Real Academia de la lengua Española, egoísmo es un “inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás.”

Esto concuerda de manera aproximada con la manera en que entendemos el egoísmo en nuestra cultura. Dicho de otra forma, egoísmo sería poner por delante de los intereses de los otros, los propios.

En la tradición judeo-cristiana, cómo expuso de manera reiterada Calvino, cualquier señal de interés o preocupación por nosotros mismos es viciosa y nos aleja de la virtud. En palabras suyas:

No nos pertenecemos. Por consiguiente, ni nuestra razón ni nuestra voluntad deben predominar en nuestras reflexiones y acciones. No nos pertenecemos; por lo tanto, no nos propongamos, como fin nuestro, el buscar lo que pueda ser conveniente para nosotros de acuerdo con la carne. No nos pertenecemos; y por eso olvidémonos de nosotros mismos y de todas nuestras cosas en tanto sea posible. Nosotros, al contrario, pertenecemos a Dios; vivamos y muramos por Él. Porque así como la peste más devastadora arruina a los individuos si se obedecen a sí mismos, el único refugio de salvación consiste en no conocer ni desear nada por uno mismo, sino guiado por Dios, quien camina ante nosotros.

Aunque Calvino murió en 1564, sus palabras generaron gran impacto en nuestro inconsciente colectivo y todavía hoy son referente de abundantes ordenes del catolicismo. Así, es común que nos sintamos culpables cuando anteponemos nuestro interés particular al del prójimo y que este hecho tenga una mirada negativa por parte de la sociedad. Lo positivo, lo deseable y lo “virtuoso” es que demos todo lo que somos sin pensar en nadie más que en los otros.

Ahora bien, desde la revolución industrial empezó a darse un fenómeno que nos ha ido poniendo en un lugar opuesto y con esto ha incrementado lo niveles de confusión en nuestra cultura. Cuando las máquinas empezaron a ahorrarnos energía empezamos a tener tiempo para vivir. Esto, entre múltiples otros factores, desató un exacerbado interés por nosotros mismo y nuestros intereses. Se empezó a generar un individualismo que persiste hasta hoy. Ya no es el bien común el que prima sobre el individual sino el individual el que prima sobre el común.

Aunque aparentemente este movimiento obedece al precepto de querernos a nosotros mismos como vía de felicidad, no ha ocurrido eso y, por el contrario, nos encontramos más solos y en crisis que nunca. Nuestras relaciones con los otros no funcionan como quisiéramos y no accedemos al tan ansiado bienestar y felicidad. 

Creímos que en la medida que pudiéramos ser capaces de satisfacer nuestras necesidades con objetos y comodidades materiales y nos diéramos gusto en TODO lo que pudiéramos, estaríamos respetando nuestra individualidad y seríamos más felices. No ha sido así.

¿Cómo solucionar esta disyuntiva? Si no es lo uno o lo otro entonces, ¿qué es?

La Gestalt y el humanismo en general proponen, efectivamente, una mirada primordialmente del individuo hacía si mismo. Sin embargo entendemos que el fracaso del sistema imperante en las sociedades industrializadas tiene que ver con el reinado de un individualismo materialista que poco tiene que ver con la propuesta humanista.

El individualismo materialista promueve la felicidad desde la satisfacción de las necesidades de nuestro ego. Es decir, llenando nuestras carencias con objetos, posesiones y lujos. En lugar de hacernos cargo de nuestros vacíos los ocultamos con satisfacciones pasajeras e impermanentes. Callamos a nuestro niño herido con un dulce y esto lo hacemos tantas veces como sea necesario. Cuando nos damos cuenta, esto se ha convertido en nuestra dinámica de vida y estamos presos de nosotros mismos, infelices y con la carencia intacta.

Por eso, nuestra propuesta no apunta al cuidado de nuestros propios egos sino de las necesidades de nuestro ser esencial.  Esa parte de nosotros que busca desarrollo y evolución de conciencia. Ese lugar profundo que promueve sin cesar un movimiento hacia delante. Ese espacio en el que somos nosotros mismos y no un simple resultado de nuestras tristes circunstancias.

Pero para atendernos, hace falta justamente tener la valentía de mirar hacia adentro y averiguar qué necesitamos. Esa información no suele ser de fácil acceso y requiere constancia y entrega. Enfrentarnos a nuestros miedos y mirarnos al espejo. Una de las tareas más arduas.

La recompensa es inmediata y se traduce en REAL bienestar y sensación de realización. Cuando nos damos cuenta de lo que necesitamos desde nuestro YO esencial y lo podemos atender, poco a poco vamos realizando nuestras metas vitales. Y es ahí, y solo ahí, que tendremos suficiente para dar al mundo.

Así como una teta no puede dar leche si la madre no se alimenta, nosotros no podemos dar si no nos damos. La mirada es primero hacia adentro, la abundancia es del mundo. Si me atiendo, atiendo. Si me cuido, cuido. Si me miro, miro.

Si mirarnos primero y ponernos arriba en nuestra lista de prioridades es egoísmo, bendito egoísmo.